Prólogo

Rafael Cruz Roche

    Cuando la ciencia se ve obligada a abandonar el paradigma científico de Galileo ante el reto de los múltiples objetos de estudio, crea en la última mitad del siglo XX un nuevo paradigma que podemos incluir en la denominación genérica de Teoría de la Complejidad, con implicaciones y orígenes diversos: no-linealidad, caos determinista, auto-organización, atractores, fractales, etc. El paradigma de Galileo, y de la ciencia positivista, que se ha revelado fecundo y creativo, se caracteriza por la reducción de ciertos aspectos de la Naturaleza a fenómenos y comportamientos más simples, que permiten su estudio y repetición en un intento, fructífero repito, de evitar las contaminaciones que depara la presencia del observador. Desde la perspectiva actual, esta reducción es compatible con formas de funcionamiento mental del ser humano de práctica universalidad entre nosotros, me refiero sobre todo al modo intelectual que prescribe la lógica aristotélica, o a lo que posteriormente en psicoanálisis se ha denominado proceso secundario. Serían aquellos aspectos de conexión con la realidad, o con ciertos aspectos de la realidad externa (mesocosmos) que están fuertemente impresos en nuestras redes neuronales y más libres de las influencias individuales debidas al medio cultural y a la historia personal del sujeto.

    Cuando los objetos de estudio se van haciendo más complejos y/o la ambición exploradora de la ciencia intenta dar cuenta de espacios más significativos de los mismos, más allá de lo fácilmente reducible, es necesario establecer un nuevo paradigma, en realidad el nuevo paradigma se construye solo. A la postre todos los objetos y fenómenos implican aspectos complejos que desbordan la capacidad reduccionista de la ciencia clásica. Así las ciencias duras en su evolución finalmente se ven abocadas a tolerar el «fin de las certidumbres» (Prigogine), la imposibilidad del determinismo propio de la causalidad lineal. 

    El advenimiento de la física cuántica enfrenta a la utopía de un conocimiento sin la distorsión de la presencia del observador, la psicología freudiana enseña la total implicación del objeto, lo observado, en la propia constitución del psiquismo y, el inevitable desarrollo de la teoría darwinista de la evolución, plantea una concepción de lo psíquico en cuanto aparato de conocimiento como aparición adaptativa de internalización de la realidad (el pensamiento, dirá Lorenz, es una acción en el espacio imaginado). Todo ello lleva a la inevitable tarea de intentar comprender la realidad y el sujeto con su aparato del conocimiento como un todo único, interrelacionado y en continuo proceso de incremento de complejidad. Así, aparece la inevitable limitación del saber; como dice Wilson, el psiquismo no fue desarrollado para enfrentarse a estos problemas tan complejos, ni a la macro o microfísica, ni al propio aparato mental, surgió hace mucho tiempo para lograr una mejor adaptación del cazador recolector a su entorno cotidiano y obtener de él los mejores resultados adaptativos.

    Nuestra capacidad mental está lejos de ser diseñada para poder captar determinados aspectos de la realidad; por ello tantas teorías actuales se alejan de una comprensión intuitiva y tenemos que acudir a otras formas de conocimiento. 

    Por otra parte, el origen neoténico del ser humano, la extrema dependencia fundamental de nuestro origen dual, en una suerte de simbiosis primaria con el objeto materno, hacen que la individualidad se convierta en un bien extremadamente precioso cuya pérdida algunos consideran una forma de muerte psíquica. 

El individuo exige mantener cierta distancia con la realidad externa, para poder manejarse con ella, de no ser invadido por ella; de ahí que en el proceso de internalización de la misma, que supone la creación de las teorías éstas se constituyen inevitablemente en una suerte de representación fantasmática, distante y poco fiel de dicha realidad. Nuestra constitución sensorial implica una delimitación acerca de qué aspectos del exterior podemos percibir. Como formuló taxativamente I. Kant, la realidad es inasible e incognoscible per se. Evidentemente, a ello hemos de añadir que existen ciertos semblantes de la realidad que, por su complicación y extensión, sobrepasan la capacidad de nuestro aparato cognitivo; curiosamente cuando el propio aparato mental se convierte en el objeto del conocimiento las limitaciones son tan intensas que para algunos pensadores actuales, como J. Searle, resultan insuperables. 

    Por todo ello, hablamos del Viaje a la Complejidad, viaje de caminos inciertos y de destino seguramente imposible pero de gran fecundidad en su recorrido. 

Como dijo el Dante: che no men che sappere dubbiar m’agratta. A la postre ha de ser el lector el que desde su capacidad e intereses tenga que hacer su propia síntesis desde los muy diversos aportes que en esta obra les proponemos. 

    La creatividad, matriz indispensable para el desarrollo del conocimientos tiene inevitablemente que intentar unir y compatibilizar aspectos de la realidad que previamente habíamos creído que eran muy distantes y distintos. Cuántas veces ideas y conceptos provenientes de campos muy diferentes pueden iluminar nuestros esfuerzos de conocimiento.

    Fieles a una concepción amplia de la complejidad la propuesta es abierta, incierta y parte desde planteamientos muy diversos de la realidad, aunque siguiendo nuestra orientación profesional hemos privilegiado los planteamientos psíquicos desde una perspectiva psicoanalítica, ya que además consideramos el psiquismo como la expresión más compleja de la realidad que dicho psiquismo puede enfrentar y por tanto lugar muy idóneo para intentar el desarrollo de ese pensamiento complejo que nos propuso en su día E. Morin.