Introducción

Introducción a la obra: hacia el Paradigma de la Complejidad

Nicolás Caparrós

Toda la visión moderna del mundo reposa sobre la ilusión de que las pretendidas leyes de la naturaleza son la explicación de los fenómenos naturales.

Tractatus L. Wittgenstein

Qué es un paradigma

    Se entiende en ciencia por paradigma al objeto que consigue una mayor articulación y especificación en condiciones nuevas o más rigurosas. Según manifiesta Th. Kuhn (1962), la aceptación de una teoría frente a otra anterior no se produce por la circunstancia de que ésta se comporte mejor ante cuestiones científicas, ni mucho menos porque enfrentada a la precedente, consiga refutarla. El cambio de paradigma obedece al hecho de que la nueva teoría plantea problemas distintos a los que han surgido antes. La percepción del entorno, a influjo del nuevo paradigma también difiere y las preguntas que se formulan son otras. Kuhn (1963) sintetiza sus ideas así:

    Cuando los paradigmas entran, como deben, en debate sobre cuál de ellos elegir, su rol es necesariamente circular. Cada grupo usa su propio paradigma para argumentar su defensa […] este problema de elección de paradigma nunca puede ser, inequívocamente, fijado solo por lógica o por experimentos. (pp. 93). 

    Kuhn continúa:

  En los argumentos parciales y circulares que regularmente resultan, cada paradigma habrá mostrado satisfacer más o menos los criterios que dictan para sí… pero dado que aún ningún paradigma resuelve todos los problemas que estos definen y ninguno de los dos paradigmas deja los mismos problemas sin resolver, los debates sobre estos siempre involucran la pregunta: ¿qué problema es más significativo haber resuelto? Esa pregunta de valores solo puede ser contestada en términos de criterios que se encuentran fuera de la ciencia en su conjunto, y es este recurrir a criterios externos lo que hace a los debates sobre paradigmas ser revolucionarios. (p. 109). 

    Una consecuencia de este rompimiento es que el cambio de paradigma no puede ser racionalmente justificado, (Purtill 1967, pp. 54). De esta manera, Kuhn conducía, como expresó Rorty (1996, pp. 77), a socavar la distinción entre episteme doxa. Su contribución al campo de la sociología del conocimiento fue notable, pues su trabajo hacía del corazón de la investigación científica  una actividad más social de lo que se pensaba anteriormente. Lakatos in18 Viaje a la Complejidad. Tomo I: Del Big Bang al origen de la vida terpretaba la obra de Kuhn como una postulación de la irracionalidad de los grandes cambios científicos (1970, pp. 118); mientras que Kuhn lo negaba, aceptando, cuando mucho, que aquello que proponía era cambiar la noción corriente acerca de lo que por racionalidad se entendía (Kuhn 1970, p. 139).

    Imre Lakatos publicó en 1970 «Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales». A diferencia de Kuhn, concibe el progreso de la ciencia en términos de programas coherentes de investigación en lugar de teorías aisladas que compiten entre sí y defiende que la historia de la ciencia debería aprender de la filosofía de la ciencia y viceversa. Su proyecto se describe así:

    Será argumentado que: (a) la filosofía de la ciencia provee metodologías normativas en cuyos términos los historiadores reconstruyen lahistoria interna y de ese modo proporciona una explicación del crecimiento del conocimiento objetivo; (b) dos metodologías en competencia pueden ser evaluadas con la ayuda de la historia (normativamente interpretada); (c) cualquier reconstrucción racional de la historia necesita ser complementada con una historia externa empírica (socio-psicológica) […] la historia interna, así definida, es primaria, y la historia externa solo secundaria. De hecho, en vista de la autonomía de la historia interna (pero no de la externa), esta última es irrelevante para el entendimiento de la ciencia. (Lakatos 1970a, pp. 91-92).

 

    Para este autor el progreso de los programas de investigación se produce en tanto que su crecimiento teórico anticipa el empírico, cuando predice nuevos hechos con cierto éxito. Los programas se estancan si su crecimiento teórico queda rezagado tras la empiria, si solo aporta explicacionespost-hoc de hechos anticipados o descubiertos en un programa rival (Lakatos 1970a, pp. 100). Si un programa explica más que otro, le suplirá y el rival puede ser eliminado; si un experimento es crucial o no, o si una hipótesis es altamente probable a la luz de la evidencia disponible o no, no depende lo más mínimo de las creencias de los científicos, de su personalidad, o de su autoridad. Estos factores subjetivos no son de interés para ninguna historia interna (Lakatos 1970a, pp. 106). Con Lakatos el cambio científico, en resumen, es ante todo racional.  

    Generalidades 
    Como no podía ser de otra manera, el paradigma de la complejidad se ha construido poco a poco. Hace veinte años existían una serie de interesantes y dispersas disciplinas que ofrecían nuevos horizontes, pero faltaba la necesaria articulación entre ellas que permitiese vislumbrar un acontecimiento más glo- bal que lo que parecían anunciar cada uno de estos desarrollos por separado. 
Por un lado, las tesis de la causalidad, que ya habían sufrido desde mucho antes serios embates, pasan a ser modelos simplificados de algo de mayor cala- do o devienen en casos particulares que escapan a leyes de tipo más general. De este modo, los sistemas dinámicos no lineales, revelan realidades nuevas que encajan mejor con los problemas y preguntas de la ciencia que se formu- lan, sobre todo, en la segunda mitad del siglo XX.   

    La mecánica cuántica, entre 1920 y 1930, significó el primer aldabonazo que conmovió los cimientos de la física; por esa misma época, la matemática exploró incertidumbres e inexactitudes que hasta ese momento habían encon- trado escaso eco y que en algunos casos quedaron relegadas al indigno e inútil lugar de las curiosidades. Tal fue, por ejemplo, el caso de muchas de las aportaciones de Poincaré que solo cobraron pleno sentido muchos años después. También el de los conjuntos de Julia. La conjetura de Poincaré merece una mención especial (D. O ́Shea 2007). 
    Los sistemas dinámicos no lineales ofrecen dos particularidades enojosas e interesantes a un tiempo: 
       1) Presentan patrones identificables de comportamiento.
       2) Son impredecibles a largo plazo.
    La sempiterna y confortable predictibilidad resultó engañosa. Así, por ejemplo, las órbitas de los planetas de nuestro sistema solar no son inmutables, aunque tal pareciera como proclamara Kepler. La razón reside en que son ex- tremadamente sensibles a las condiciones iniciales. La perplejidad primera pronto se sustituyó por nuevas metas; fue necesario identificar patrones de comportamiento de esos sistemas no lineales, ese objetivo desvió la atención hacia el tipo de interacciones que operan entre los elementos de ese sistema, lo que convoca la emergencia de propiedades nuevas. Estas propiedades emergentes no obedecen al principio de reducción; es decir, no son explicables desde los elementos que las producen. Con la debida cautela, diremos que este giro ha situado a la investigación en un mayor contacto con lo real, con ese objeto en sí que preconizó Kant; pero, al tiempo, la pesquisa se torna más humilde; parece que hemos dado un salto atrás desde la explicación que se extraía de la causalidad a la descripción cautelosa, y no siempre fácil, de los sistemas.
    Hoy por hoy, carecemos de leyes generales de la complejidad, contamos solo con leyes sectoriales que no satisfacen a la totalidad de la problemática con la que se enfrenta el nuevo paradigma. Un panorama similar al que los físicos arrostran en su búsqueda de la Teoría unificada. 
    Los últimos años del siglo XX atisbaron los nuevos horizontes: «Tres siglos después de Newton, la ciencia experimenta un cambio radical de perspectiva», (Prigogine 1997b). En ese mismo texto el autor define, de manera sucinta y clara, los objetivos de este naciente paradigma: «reconocerla complejidad, hallar los instrumentos para describirla y efectuar una relectura dentro de este contexto de las relaciones cambiantes del hombre con la naturaleza», (ibid., p. 48; las itálicas son nuestras). 
    La Teoría de la Complejidad depara a cada instante problemas desconcertantes, muchos de ellos provienen, a buen seguro, de que todavía estamos lejos de alcanzar generalizaciones consistentes, faltos aún de leyes con el suficiente grado de abstracción. Cumple decir que en la actualidad existen diversas teo- rías de la complejidad de carácter sectorial porque ya contamos con una forma de contemplar problemas científicos que difiere de la perspectiva reduccionista.

    En física y matemáticas existe una teoría de la complejidad. Igual sucede en biología y también en las teorías de la evolución. La sociología también cuenta con desarrollos propios y, poco a poco, esta perspectiva cobra fuerza en campos como la psicología y el psicoanálisis. 
    Es de hacer notar que las disciplinas pioneras en aceptar este cambio han si- do las que tradicionalmente se denominan ciencias duras: la matemática y la física; las ciencias psicosociales han ofrecido una mayor resistencia, quizá por su menor seguridad en sí mismas. 

    La primera andadura 
    Pensé en titular este ensayo «El paradigma de la complejidad», así, a secas. Al hacerlo de este modo parecía estar frente algo cumplido, como un «cadáver exquisito» y todo esto antes incluso de que hubiese tomado carta de naturaleza. Rafael Alberto Pérez me señaló, con justeza, que ese nombre iba contra la entraña misma de nuestro propósito, de las ideas esenciales del episteme de lo complejo –y del paradigma mismo de la complejidad–. Nada más incierto, nada más sugerente; nada más abierto y menos dogmático que este pálpito que se anuncia y que aún posee un contorno titubeante. 
    Hace años Kuhn había escrito: 
    La adopción de un nuevo paradigma exige redefinición de la ciencia corres- pondiente. Algunos problemas antiguos son relegados o declarados no científicos. Otros, previamente inexistentes o triviales pueden, con el nuevo paradigma, convertirse en los arquetipos reales de significativos logros científicos. 

    Pero una búsqueda crispada conduce a caminos sin salida o a soluciones apresuradas. Por definición, esta debe ser: vaga, abierta, brumosa, indetermina- da, si queremos que la linealidad clásica, la linealidad inexorable y operativa pero sectorial, sea revisada desde sus mismos cimientos para dejar paso a otros enfoques que la complementen. 
    Albergamos una idea de lo complejo que discurre a medio camino entre lo vulgar y lo intuitivo. Complejidad no significa el ocaso de la ciencia clásica sino una prolongación natural de la misma. 
    Sigamos: ¿es, acaso, esta reciente perspectiva un reflejo del tiempo en que vivimos, en cuanto proporciona testimonio actual del pensamiento, tecnología, aspiraciones, desarrollo armónico, contemplaciones filosóficas y rumiaciones científicas? ¿O quizá representa un auténtico emergente que se anuncia sin ruido, que rompe con presura con el orden establecido? 
    La incitación más socorrida es establecer desde ya unos referentes definitivos que sirvan como rampa de lanzamiento para el desarrollo de lo complejo. No es así, no debe serlo. Urge huir de la confusión entre el trayecto que roturó la historia «del descubrimiento de lo complejo», un hallazgo que nunca tuvo una inauguración precisa, con la premonición mágica de que «el descubrimiento de lo complejo» estaba predeterminado, cuando la realidad es que el sentido de la complejidad se alcanza après coup. El verdadero relato se tejió en la concurrencia de conjeturas, deducciones y contingencias, en ese tránsito impredecible en el que discurren las ciencias. La epistemología genética es la guía más segura para hollar este problemático territorio. Esta dicta que el conocimiento es un fenómeno adaptativo, como tal en permanente cambio. 

    La ciencia moderna intenta ser «ciencia de la complejidad», pero es el episteme de la complejidad quien debe dar sentido a esta. Lo complejo abre un espacio gnoseológico donde, contra una interpretación superficial, no vale todo sino que establece el peso de la duda, de la paradoja, de la incertidumbre y, en este último caso, no como señal de insuficiencia de nuestros conocimientos, sino como afirmación ante la imposibilidad de alcanzar ese ansiado sueño que las ciencias tradicionales denominan control. No está claro si ha sido la Tecnología o la Ciencia misma quien ha perseguido el absoluto del control. Newton y Leibniz se dieron de bruces desde lugares diferentes, en la misma época, con el fantasma tangible de loinexacto. Los ejemplos se multiplican. La búsqueda, hasta ahora estéril, de cómo predecir la aparición de los diabólicos números primos, la vieja ambición de la cuadratura del círculo. ¿Insuficiencia del cono- cimiento o límites inexorables de la exactitud? Averiguarlo es el reto.

    La atalaya –no digamos aún paradigma– de la complejidad supone el ocaso del centro rector único; en su lugar, nacen nudos locales que sustituyen al gran diseño global del conocimiento del mundo; es el ocaso de la universalidad de lo lineal. Muchos pensadores a lo largo de la historia han expresado este sentir. Pero desde la segunda mitad del siglo XX surge una toma de conciencia de esta situación. La filosofía piensa, la ciencia comprueba, el arte se regocija.
(…).